miércoles, 7 de julio de 2010

Historias del pueblo. El despiste.

El pueblo desde la carretera

La última aventura. O algo así.
Creía yo haberme desembarazado de la influencia del pueblo. Había dicho adiós a las cabras. A los montes. A los caminos empinados y llenos de piedras que se te clavan en la planta del pie atravesando incluso la suela de los zapatos. Me había despedido ya de las viejas que te miran de arriba abajo intentando ubicarte en su cerrado esquema cotidiano. De los viejos con sombrero de paja y todo el tiempo del mundo para pasear y la eternidad para sentarse a tomar algo al sol.

En fin, que era la noche antes de las oposiciones y yo me había ido a dormir a Málaga. Pensando, en mi inocencia, que lejos de Alozaina mi conciencia se relajaría lo suficiente y aquella última noche antes de la gran prueba me brindaría descanso y tranquilidad. Al día siguiente estaría fresco, con mis capacidades al máximo.
Claro que el pueblo no pensaba lo mismo.

Ya dije una vez que casi parecía tener vida propia. Y esta vez, incluso en la lejanía, se las apañó para fastidiarme la vida.
Como decía, dormía yo apaciblemente en casa de un amigo cuando, de pronto, a eso de las 3, 30 de la mañana, mi sueño se volvió intranquilo. Terribles seres poblaron mi mente, llenándola de pesadillas. Las cabras se volvían hacia mi en los caminos y me miraban con caras desfiguradas, ojos brillantes y una malsana expresión de puro sadismo. "El carné", me decían con voces de ultratumba, "que se te ha olvidado el carné". Huí de ellas y corrí por las calles del pueblo, que se cerraban sobre mi como un retorcido laberinto. Las viejas se paraban, me miraban de arriba abajo y me decían: "el carné, imbécil, que se te ha olvidado el carné".
Desperté empapado en sudor y caí en la cuenta: me había dejado el carné de identidad en el pueblo.

Las vistas desde mi ventana.

Así que, a las cuatro de la mañana, di por concluido mi sueño y fui en busca del carné. Una vez allí rebusqué infructuosamente por toda la casa. No había manera de encontrarlo. El examen era a las 8 de la mañana. Y allí estaba yo. A las 5 y 30. En el pueblo y sin rastro de mi D.N.I.
Desesperado, descargué mi frustración contra la maleta que había llevado para pasar la noche y, al tirarla, algo salió despedido, posándose con parsimonia, casi con sorna, en el suelo. El carné. Lo había tenido conmigo todo el puñetero rato.
Una vez más, el pueblo había jugado conmigo.
De manera que casi sin dormir me fui directamente a hacer el examen. Al terminar me fui a la playa y caí dormido como un bebé.
Eso sí, con un solo pensamiento en mente:
¿A quién quiero engañar? No sé si el pueblo está vivo o me lo invento, pero la única verdad es que yo, como suele decirse, estoy amamonado. El despiste ya me acompañaba antes de este año.
Así que hasta siempre, Alozaina. Quedas liberada de culpas. Ha sido un año interesante y debo reconocer que, en el fondo, te has portado muy bien conmigo. Maldita sea, incluso me has dado historias que contar.
No, si al final tendré que reconocer que no he estado mal del todo.
Maldita sea.


1 comentario:

NvN dijo...

Te diré lo mismo que er Paco ar Migue en el capítulo del extra...

"...SI E QUE ESTÁS AMAMONAO...!!!"

jajajaja

PD: x lo menos esa noche la pasaste entretenía jajaja