lunes, 29 de septiembre de 2008

El rincón moña: La Danza de los Olvidados.

Bueno, ya que esto sigue tan parado como siempre, y a mi no se me ocurre más que poner, he pensado que mientras me viene la inspiración, voy a compartir con vosotros, por entregas, un relato que escribí hace tiempo, por la época en que conocí a Isabel. Es un intento (fallido) de captar la esencia de Edgard Allan Poe y, al mismo tiempo, una extraña metáfora de algunas cosas que me agobiaban entonces. Nada, espero que os guste. Y si no ya sabéis, a criticar (en caso, claro está, de que alguno lo leais, flojos de mierda):

Era una de esas noches en que la vida se empeña en recordarte lo insensato de creerte sabedor de sus secretos: después de un día de asfixiante calor primaveral resultaba, cuando menos, inesperada la lluvia torrencial que descargó desde un cielo cubierto de plomizas nubes amarillas.
Caminaba yo por las aceras de la ciudad sin más protección que el frío abrazo de la intemperie, y cuando el rabioso aguacero cayó como una sentencia, con tal furia que bien parecía querer borrar los contornos de un mundo desviado, hice como había estado haciendo durante el resto del día y partí en busca de un refugio incierto y anhelado. Corrí por las calles cristalinas evitando mi reflejo en el suelo o en los escaparates cegados de las tiendas, arrastrándome por las esquinas como una de tantas sombras anónimas, alejadas unas de otras por una distancia mayor que la que pudiera mediar entre ellas y, sin embargo, unidas por el papel de fugitivas. Todas transmitían la apremiante y ansiosa sensación de una huida desesperada, una búsqueda de la grieta perfecta donde ocultarse a los ojos de todo cuanto pudiera resultar ajeno.
Y yo, como una más de aquellas, dejé que mis pasos aislados y asustados me guiaran hasta encontrar mi propio y seguro santuario.
Era una casa.



Se levantaba en mitad de la calle como lo hacen las cosas imposibles en los sueños: desconcertante e innegable a un mismo tiempo. Su ostentosa fachada bailaba ante mi cual llama etérea e inconsistente, apenas presente, casi fantasmal, meciéndose a lomos del viento y ondulándose sinuosa como una amante entregada. Mis ojos recorrieron obedientes las nervaduras que ascendían desde los pies hasta el frontón quebrado que coronaba el tercer piso, cual ramas de enredadera, para descubrir como las esquinas se doblaban bajo la caricia de aquellos dedos largos y retorcidos, hasta el punto de que, en toda la casa, no parecía haber ni un solo ángulo recto.¿Qué clase de visión era esta? ¿Acaso no estaba yo despierto? ¿Sería posible que aquella lluvia gélida y cruel, las gotas que arañaban mi cuerpo como dardos envenenados, fueran el mero ornamento de un mal sueño? ¿Era aquel misterioso edificio la puerta hacia un sosegado descanso, el reducto donde aun se mantuvieran intactos todos los sueños hermosos?
De alguna manera, así lo creí. Porque una voz femenina, cálida y sensual, susurró en mi cabeza palabras de consuelo, promesas de un refugio contra la furia desmedida de los cielos, la seguridad solo ofrecida por el hogar. Un hogar extraño y a un mismo tiempo familiar. Irresistible. Así que yo, sin deseos ni poder para contrariar la llamada, entregué mi voluntad y me encontré, en lo que dura un parpadeo, rodeado por el caluroso abrazo de la oscuridad del interior de aquella casa. Y sin más recuerdo de haber cruzado su portal que el ominoso golpe con que la puerta se cerró a mis espaldas, retumbando en las paredes, en el techo y en el suelo, en mi mente y mi corazón, como el eco de un gong que marcara el cruce de una frontera irreversible. El fin de un mundo y el comienzo de otro.
Y no albergaba la menor duda sobre mi pertenencia.

1 comentario:

NvN dijo...

Me ha gustado bastante. Se nota la influencia de los grandes maestros "perseguidores del dragón" (esos que se fumaban todo lo que prendía, jajaja).

Has descrito un Ambiente gótico, plomizo, de incertidumbre, de duda; con una innegable capacidad para reflejar ese agobio inexplicable del personaje: tal vez también estuviera bajo la influencia de algunos apiáceos ??, al menos eso es lo que creo y DESEO que le ocurra. Si es así, te has salido con toda esa pomposidad metafórica, pues es en este estado donde residen nuestros mayores momentos de lucidez querido amigo y donde uno entra en una extraña comunión con todo aquello que lo rodea.

Quizás, para mí, una descripción demasiado "azucarada" del entorno. Pero no te lo tomes a mal. Pienso de veras que has logrado un relato (al menos el comienzo) bastante digno y cercano a esos locos y geniales románticos.

Espero ansioso la segunda entrega... Y NO TE ATREVAS A DEFRAUDARME !!!