El Descanso del Guerrero y el Panda Peleón.

Me vais a permitir que interrumpa de nuevo el normal desarrollo de este nuestro blog (y si no da igual, lo voy a hacer de todas maneras) para volver a centrarme en una historia personal que engarza directamente con el desenlace de la anterior.
Tras sufrir la vil maledicencia de los champiñones y enfrentarme a la terrible bestia de las oposiciones, los dioses (en forma de mi novia, claro está) me concedieron el honor del descanso del guerrero.
Entre las religiones de la antigüedad, sobre todo la de los pueblos para los que la guerra era una actividad importante, era frecuente señalar el más allá de los guerreros caidos en combate como una existencia gozosa, un lugar paradisíaco donde las más bellas mujeres se afanaban en la tarea de hacerles placentera su estancia allí. Para los antiguos vikingos, como bien sabrá mi amigo y camarada no.vanderberg.no, aquel lugar era el Vallhalla y las mujeres eran las Valkirias. Entre los musulmanes, se habla del Jardín del Edén y las complacientes Huríes.
Era el descanso del guerrero.
El premio merecido después de un gran sacrificio.
Así, después de quedar malherido, mientras fuerzas superiores decidían el futuro de mi alma, encontré el descanso que necesitaba en la Posada de Los Cantaros, situada en plena Sierra de Gibralgalia y regida por Patrick el belga y su esposa Emma. Allí pasé horas de ensueño en los brazos de mi hurí particular (tranquila, Isa, que no es ninguna mora, me refiero a ti), reponiéndome de las heridas y haciendo acopio de fuerzas y valor para enfrentarme a futuros retos.
No me detendré a explicar los pormenores de aquellas gozosas horas, pero sí me parece adecuado recomendar el lugar, tanto para una escapada con intención de atender las necesidades del corazón (y del estómago, que no sabéis como cocina ese hombre), como para un momento de apartado solaz centrado en la reflexión y el sosiego.

Arriba y abajo: vistas desde la terraza.

Una vez juzgada mi alma como válida, se me concedió el honor de volver a la vida. Así que, para entrar en contacto con la existencia más terrenal, me deleité con la contemplación de “KungFu Panda”. Y he de decir que es tremendamente divertida. No es ninguna obra maestra y la historia está lejos de ser tan redonda como suelen serlo en las películas de Pixar, pero lo cierto es que entretiene, es rápida, ágil y cuenta con personajes muy carismáticos. Si bien, el único pero que le encuentro a la historia viene dado por esos mismos personajes: son muchos y escasamente desarrollados. Algunos quedan muy desdibujados, pero supongo que es algo normal dado el escaso margen de aparición en pantalla.
Como suele ser habitual, nos deja su pizquita de moraleja, en este caso: que todos, por el hecho de ser como somos, ya somos especiales. Aunque si hay algo verdaderamente especial es la impecable realización técnica. Simplemente alucinante. Me gustó, sobre todo, la animación más tradicional de los primeros minutos.
En fin, una película muy recomendable para quienes disfrutan de la animación sin tener en cuenta prejuicios relacionados con la edad (mental o física) o la supuesta minoría del género.

El cartel de la película.

Los personajes principales: Po (el panda), el maestro, los Cinco Furiosos (maestra tigresa, grulla, serpiente, mono y mantis) y el malo, el temible...eh...esto...no me acuerdo, bueno, eso, el malo.

Después de la contemplación de la película, tras entrar en contacto con el mundo terrenal, me dispuse a mi siguiente reto: enfrentar las notas y saber si he obtenido una plaza fija. Una tarea nada fácil y que requiere una gran preparación psicológica.
Las notas resultaron positivas: un 9, 06, la segunda mejor nota del tribunal. No está mal.
En cuanto a la plaza...
Esa es ya otra historia...