EL MANIFIESTO VANDENBERG

Esto, dejémoslo claro, va de Rock.
Como todos los músicos frustrados, camuflamos la evidencia de nuestra incapacidad con discusiones sobre la valía de quienes tocan. Alimentamos nuestra necesidad de crear con las obras paridas por otros. Satisfacemos nuestro maltrecho ego echando por tierra la capacidad de gente cuyos méritos nunca seríamos capaces de igualar. Pero, para que negarlo, por encima de todo ello nos recorre una sensación especial cuando una guitarra eléctrica sacude nuestros corazones o un ritmo insaciable de batería altera nuestros biorritmos adaptándolos a los de otro tiempo y otro espacio. Quizá no mejor ni distinto, pero si mágico. Único. Creado a nuestra propia medida. Con nuestras reglas y nuestros límites.
Para que negarlo, lo nuestro es el Rock.
Y como seres que respiran Rock, que se alimentan de Rock, es nuestro sagrado deber cuidar y proteger el buen nombre de aquello que amamos, revelar su verdad y extender la palabra hasta iluminar los más oscuros rincones del universo. Por eso, guiados por la altruista pasión que solo nace del amor, decidimos compartir la gran verdad que un día iluminó nuestras mentes abriéndolas a la realidad del mundo: Whitesnake es, fue y será Adrian Vanderberg. Olvidad a David Coverdale. Ese cantamañanas repipi y pagado de si mismo no es más que un vampiro, un insaciable devorador del talento de otros, grandes músicos ocultos que han soportado estoicamente el haber sido relegados a la sombra y el olvido. Y ninguno tan genial ni tan olvidado como Adrian Vandenberg.
Relegado a un reconocimiento final en los último coletazos de la Gran Serpiente, el nombre del rubio guitarrista solo puede leerse en tres de los discos de su banda: “Slip Of The Tongue”, “Restless Heart” y “Starkers in Tokio” , y no por casualidad pueden verse en ellos lo mejor de este grupo, grandes obras inmortales de la música elevada a la categoría de arte. Sin embargo, su presencia puede rastrearse hasta los inicios de la banda, y se revelan al oyente avezado en la forma de suaves toques de guitarra, preciosistas arreglos o sofisticadas rimas en las letras que no pueden pasar desapercibidos para quien sepa escuchar.
Desconocemos la razón por la que David Coverdale, el gigante de enorme ego y exiguo talento, obvió su presencia de tal manera. Ni tan siquiera los mecanismos por los que, tras lo que debió ser una cruenta batalla de años, terminó por rendirse a la evidencia y aceptó reconocer su influencia. Lo único que sabemos es que Adrian convirtió a Whitesnake en lo que es. En lo que fue durante muchos años. Prestad atención al último album de la banda (¿Banda? Dudamos si quiera que Coverdale conozca el significado de esa palabra...): soso, descafeinado, repetitivo... Nada de lo que los hicieron grandes está ya presente. Vandenberg se fue, llevándose la magia con él.
La suya es una tragedia griega sin “Deus Ex Machina” al final. Una historia de supervivencia sin recompensa aparente. Pero para eso hemos llegado nosotros. Los Hijos de Vandenberg han venido a salvar su memoria y hacer valer su legado. Para extender la Verdad: no engañas a nadie, Coverdale, Whitesnake fue, es y será Adrian Vandenberg.
Bueno, para eso y para todo lo que nos de la gana. Que para eso es nuestro blog.